INTRODUCCIÓN La labor del corrector de estilo no es fácil y muchas veces es incomprendida. No sólo lucha contra el ego de eminentes profesores muy versados en su tema académico (pero no tanto en asuntos generales de redacción, que no permiten ni ven con agrado que se hagan sugerencias sobre sus textos), sino que choca de frente contra la inveterada costumbre latina de pensar que el trabajo del otro no vale, que todo debe ser gratis, que el conocimiento no se valora, que lo que no es tangible o no se pese en gramos, no debe ser pagado. Y el corrector hace su callada labor de uniformizar el lenguaje, hacerlo amigable y respetuoso, con la menor cantidad posible de vicios, sin que pierda la identidad del autor, para que sus ideas ganen brillo y su prestigio continúe intacto. Para muestra, un ejemplo. En un evento, un jefe de departamento figuraba como expositor invitado. Al momento de mandar su artículo para las memorias, le exigió al residente que su trabajo no fuera evaluado por el editor, pues consideraba que ya estaba terminado y que no necesitaba mejoras. Como las condiciones que él mismo había redactado decían lo contrario, el inquieto estudiante me buscó y me planteó el problema, insinuando (un tanto malicioso) que por curiosidad lo revisáramos para ver si su excelencia iba de la mano con su arrogancia. Al terminar la primera lectura, vimos que tenía 68 errores susceptibles de ser enmendados en un total de nueve páginas. Con algo de rubor, pero tratando de ser responsables, llegamos a la conclusión de que teníamos que hacer lo correcto: en forma respetuosa lo confrontamos, le expusimos el problema diciéndole la mentira piadosa que lo leímos sin prevenciones, sin tener clara su advertencia al practicante. Afortunadamente, se trataba de un hombre inteligente que entendió de inmediato el mensaje. A partir de ese día es un entusiasta defensor del papel del corrector, y no duda en recomendarnos a cada departamento o profesional que le pide la opinión al respecto.
2013-02-07 | 564 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 26 Núm.1. Enero-Junio 2012 Pags. 131-134 CES Medicina 2012; 26(1)