Los capataces y los administradores, desde hace algunas décadas también los ministros, se parecen. A unos y a otros les falta, sabiduría y conocimiento; y si bien los ponen a cuidar fincas, empresas y Ministerios, a nadie a quien su empresa le importara de verdad se le ocurriría ponerlos a decidir lo importante. No distinguen lo esencial de lo superfluo. Les da lo mismo una cosa o la otra. Se les ha refundido el objetivo; por ellos sus intentos de dar en el blanco terminan siendo palos de ciegos y sus prioridades cambiarán como las veletas. No nacieron para pensar, ni les importa. Son incapaces de entender cuál es la razón de ser de las empresas que les encargan. No respetan ni se respetan. Les falta nobleza y especificidad por lo cual les da lo mismo administrar hoy una finca, mañana la bomba de gasolina, el año entrante un motel, una cátedra universitaria, un ministerio- cualquiera- , una oficina en el BID, un micrófono. Desde hace muchos años los Ministros de Salud han sido tapa huecos de cavidades que no se pueden llenar. Ministros a pesar de si mismos, su principal función es reciclarse. Sí que saben hacerlo; superestructuras cuya lógica pocos entienden los protegen. Se trata de eso: de esconder en los lenguajes crípticos de la burocracia, ignorancia e incapacidad, falta de interés real en los temas y las funciones propias de sus cargos. Representan eso: una concepción de estado, puesto al servicio del becerro de oro, de intereses ajenos, rara vez a los de la gente del común, de los colombianos rasos. En los últimos Gobiernos, los ministros de cualquier cartera han sido personajes todoterreno cuya función ha sido garantizar la administración de unos fondos de manera que se mantengan las estructuras de auto perpetuación, más que la creación de políticas públicas coherentes.
2013-07-03 | 609 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 20 Núm.1. Enero-Marzo 2013 Pags. 75-80 Neurocien Colom 2013; 20(1)