Cuando los prisioneros de los campos de concentración nazi explicaban que aquello que los sostenía en la vida era la necesidad de contar todo aquel horror, estaban planteando una “ética del testimonio”, es decir, la salvación de las víctimas mediante la actualidad de su recuerdo. Precisamente Ricoeur muestra que “el tiempo deviene tiempo humano en la medida en que es articulado de manera narrativa”, señalando de este modo que las tramas narrativas constituyen “el medio privilegiado por el cual reconfiguramos nuestra experiencia temporal confusa, informe, y al límite, muda”. A pesar de ello, no siempre una experiencia alcanza a ser objeto de un relato, ya que la experiencia traumatizante a veces impide al sujeto apropiarse de su historia personal. Hay una fuerte tentación de negar que ésta haya tenido lugar, o es vivida como algo que le sucedió a otro distinto de uno. En esas “noches oscuras” del alma, en esos momentos de despojo extremo, “la pregunta de quién soy yo no reenvía a la nulidad sino a la nulidad misma de la pregunta” (Ricoeur). Por eso, para que no sea una secuencia insoportable de acontecimientos, narramos una historia y buscamos su significado, no para condonar u olvidar, sino para obtener “el privilegio de juzgar”. Si el olvido conduce a la quiebra de la tradición, la verdad en cambio no es “un descubrimiento que destruye el secreto, sino la revelación que le hace justicia y que le permite ser trasmitido a las futuras generaciones” (Arendt).
Palabras clave: Narratividad memoria derechos humanos ética responsabilidad.
2013-11-13 | 813 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 36 Núm.5. Septiembre-Octubre 2013 Pags. 411-415 Salud Ment 2013; 36(5)