José Gabriel Acuña Díaz: añoranza, enseñanza, testimonio y ejemplo de vida

Autor: Acuña A Juan Manuel

Fragmento

Detrás de la muerte de las personas queda una gran sensación de desesperanza y vacío que nos recuerda, no sólo como individuos sino también como colectivo, lo efímero de nuestros actos y la brevedad de nuestra vida. Sin embargo, algunas de esas personas que nos dejan, ejemplifican la antítesis que prueba lo errado de ese sentimiento. Su partida nos enseña que nuestros actos no deben ser necesariamente efímeros y que nuestra vida, aún breve, puede dejar huellas que ni el tiempo, a veces, podrá borrar. Mi papá, el Dr. Gabriel Acuña (“Gabrielito” para muchos), es ciertamente una de esas personas. Mi sentir ante su reciente pérdida, individual y pragmático, se traduce en el pensamiento y en el intento de convencerme de que a pesar de haberse ido, todavía existe entre nosotros. Convencerme de que su ausencia nunca nos acompañará más que su presencia. A pesar de que como seres humanos estamos limitados a aceptar la realidad: el sentimiento de soledad es grande y la falta que él me hace es inmensa. Gabriel Acuña nos dejó un legado de virtudes, cualidades y dones, que sólo una persona dedicada a otros, primero que a sí mismo, puede dejar. Nos dejó el diseño y las acciones que condujeron, y conducirán por mucho tiempo más, a la creación de espacios que muchos otros posteriores a él han ocupado, seguirán ocupando y ocuparán. Con ventajas y desventajas. La ventaja de andar senderos ya iluminados por su paso, creados, abiertos y despejados por él. Las desventajas de tener la responsabilidad y el reto de andar los pasos de gigante que él anduvo.

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2008-12-12   |   1,383 visitas   |   Evalua este artículo 0 valoraciones

Vol. 59 Núm.4. Octubre-Diciembre 2008 Pags. 273-275 RCOG 2008; 59(4)