Pablo Arango Restrepo MD. Cirujano ortopedista. Magíster en bioética. Miembro Titular de la SCCOT. Profesor de la Universidad de La Sabana. Cada día nos encontramos en los periódicos con diferentes noticias de deshonestidades que nos molestan y nos hacen pensar que si hubiera más personas preocupadas por vivir la ética y ser honradas las cosas irían mucho mejor. Los humanos nos distinguimos del resto de seres del universo por varias características, entre las que podemos mencionar, sin ser exhaustivos, las siguientes: el ser humano ha sido capaz de crear el lenguaje para comunicarnos unos con otros; hemos creado herramientas para mejorar nuestro trabajo; reconocemos en los demás seres humanos a personas iguales a nosotros en dignidad: como seres humanos todos somos iguales, aunque todos seamos diferentes por nuestras propias características accidentales; somos seres que vamos a morir y lo sabemos; y somos capaces de distinguir entre lo que hacemos y lo que debemos hacer. Esta es la ética: la capacidad de valorar nuestras acciones. Siempre se ha dicho que no todo el que atiende a un enfermo es un médico. El médico, para llamarlo así en estricto sentido, debe tener una serie de características humanas y de valores que lo hagan no sólo idóneo en el saber sino en su actuar, en sus actitudes. Si no tiene estas características éticas, tal vez tendríamos que buscarle un nombre diferente al de médico. El médico debe amar su profesión; los conocimientos solos no bastan para trabajar bien, nuestro colega Paracelso (1493-1541) ya lo decía: «El médico debe poseer la virtud de saber bien lo que se hace, pero ante todo, lo debe hacer con amor. El arte y la ciencia deben nacer del amor; de otra manera no llegarán a lograr la perfección».
2010-03-09 | 1,016 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 18 Núm.2. Abril-Junio 2004 Pags. Rev Col de Or Tra 2004; 18(2)